viernes, enero 21, 2022

El quiquiriquí de la timba clandestina

El quiquiriquí de la timba clandestina




Territorio Nacional de Misiones, cerca de las ruinas de la Compañía de Jesús. Época previa a la provincialización de las Misiones. Interventor Federal francés. La Policía brava.

En aquella época se trataba de erradicar el juego clandestino. Celosa del cumplimiento de la orden la Policía investigaba todo episodio relacionado a la timba, en particular a las riñas de gallos, porque un garito implicaba mucha plata negra yendo y viniendo, uno o dos apuñalamientos por semana y hacinamiento de rufianes y gente de dudosa vida. La autoridad veía pasar la moneda, sin tocar un centavo, y para más, debía intervenir si un apostador resultaba achurado.  

En la costa del Paraná el comisario de la localidad tomó conocimiento que durante aquella lejana noche húmeda próxima al carnaval se disputaba una reunión de timba clandestina: gallitos en riña, tahúres compulsivos a todo o nada y mal entretenidos de toda clase de calaña se darían cita para jugarse pleno en el pase, tute, riña de gallos y otras suertes. La seguridad pública y de la recaudación estatal estaban amenazadas.

Hombre de acción el comisario tomó cartas en el asunto e instruyó al personal de la dependencia para desbaratar el encuentro furtivo. Casi sin tiempo ordenó una comisión policial. Con lo que tenía: un joven oficial, dos agentes rasos, y dos suboficiales bravos y experimentados, pero amañados y, también conocedores del paño. Aquella comisión se constituyó en el lugar de la timba clandestina a constatar el domicilio.

No hubo sorpresa para la policía. El dato era verdadero. Un farol rompía la oscuridad de la noche. Azabache. El oficial jefe de la comisión revolea un primer sablazo al farol y algunos otros a repartir en el lomo de los curiosos, y sorprendidos, quienes salieron disparados como flechas de guaraníes. Los apostadores fuertes se quedaron cerca de sus posturas, no querían perder su dinero. Plantados.

La mesa de dinero estaba cubierta con una frazada, ordinaria y obscena, y ella sostenía las posturas como rudimentario paño que era un vómito de valores: relojes, anillos, dinero, y hasta la tanga de una rapaciña. También sobre la frazada había botellas de caña y cigarrillo en chala. La rapaciña huye del oscuro bajándose la pollera, con pasos apresurados, y mejillas húmedas y calientes. Mezcla de caña y apretujones contra una palmera pindó. La perrada aúlla caliente, pero no tanto como la frazada, los apostadores, la rapaciña y la recién llegada comisión policial. Escaldados.

El oficial pide que se presente el encargado del lugar. Nadie responde. Silencio pindó guazú en la costa del Paraná. El ambiente estaba cargado y la perrada mutis. Los mosquitos no querían decir esta boca es mía. Rompiendo el silencio una riña de gallos jadeaba en un corral improvisado junto a la mesa con el paño improvisado y sus valores. Los gallos ni se animaron a cacarear ¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!

Sigue la acción y el oficial jefe de la comisión solicita a uno de sus camaradas que incauten a los animales y los lleven a la comisaría como parte de las evidencias para las posteriores actuaciones. Dos subalternos jóvenes acatan la orden y se pierden en el silencio de la noche con los animales bajo el brazo. Impávidos los gallitos perdieron las miradas en su coliseo y con las púas de sus patitas esposadas. Los policías más viejos y sus patitas de gallo se quedan cerca del jefe de la comisión. Algunos de los tahúres continuaban junto a la mesa sin emitir sonido. Silentes. Ojos de espolón viendo cómo se iban los curiosos y ya no quedaba ni el aroma al tacto de las rapaciñas.

El oficial se estira el uniforme, tensa su correaje de cuero marrón cruzado del pecho, asegura el sable y dispara enérgico a viva voz:

-          ¡Por edicto policial esta reunión social debe concluir en este momento! Efectos de la infracción incautados y a disposición de la superioridad en la dependencia. Los presentes se retiran.

Se opone el cacique Geniolito de metro ochenta, firme junto a la frazada, y responde:

-          ¿Y qué pasa si yo no quiero? Esta postura todavía no se resolvió y la pirápiré de la frazada es mía.

El oficial hace un gesto con la cabeza a sus otros dos camaradas más experimentados. Y en el mismo acto los policías revolean sablazos al farol, y más planazos contra el lomo de otros desprevenidos que se escondían detrás del cacique, quienes se asustan y huyen entre la vegetación. Los policías les dan seguimiento, se pierden en la noche y quedan mano a mano el cacique rebelde y el oficial. Son iluminados por el vaivén de la pobre iluminación del farol. Riña.   

El duelo entre el oficial y el cacique es mano a mano. El representante guaraní es reducido por el oficial por su ventaja de sobriedad y destreza, ayudado por el correaje de la autoridad. Y aprovechando que un camarada regresa del monte, entre ambos, esposan a Geniolito que esa noche duerme con los gallos de riña en el calabozo de la dependencia a la espera del amanecer y la llegada del comisario.

La comisión policial descansa con los bolsillos tranquilos y con parte del producido de las posturas de la frazada. El oficial jefe se acuesta en el catre de la dependencia, cual apuesta clandestina, calientito sobre la frazada. Y el cacique Geniolito fue despertado del sueño de su borrachera al par de unas horas. Rompen destellos de Sol en la costa del Paraná. Los compañeros de celda del cacique avisan un nuevo día: ¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí! Alba.

 

Jorge Lucas Cabral.