jueves, septiembre 13, 2007

“La guerra contra mis demonios”, dijo un peligroso.

A pedido de los que me leen, después de mucho tiempo voy a hablar (con voz escrita) en primera persona. Creo en Dios. Creo en su hijo: Jesucristo. Creo en la Iglesia. Creo en el perdón de los pecados. Creo en la guerra contra los propios demonios. Creo en todo lo que hace el bien y lucha contra el mal. Y también creo en que la guerra es realmente un arte, el arte de la destrucción y de la construcción. Ahora estoy en guerra, por ustedes. Por los que me pidieron una primera persona.
Toda vez que me invoquen con el objetivo de agraviar o de alagar yo me sentiré feliz. Siempre y cuando me entere. Si no me cuentan las cosas no podré saber qué cuestiones debo apoyar.
Toda vez que me invoquen recuerden que mi vida es una guerra. Una que se libra día a día, en la cual muchas veces pierdo. Yo diría casi siempre. La vida me está diciendo no a la tozudez, no a la pertinacia. No a la cabeza dura. Es la misma cabeza que me dio tantas alegrías y tantas desdichas.
Toda vez que me invoquen piensen en mí como un elemento, como una herramienta para la satisfacción de alguien, o alguna ideología. Soy un elemento dispuesto a la solidaridad y a la comunidad. Soy un engranaje de una complicada maquinaria. Soy una tuerca de un sistema que pocos entienden. Esa es mi guerra, servir a un objetivo superior. Algo que me trascienda. Algo que rompa mi inmanencia. Algo que esté por fuera de mí ser intrínseco, que sea extrínseco.
Toda vez que me invoquen analicen si vuestro intelecto está a la altura del mío. Yo no tengo compasión, pese a que soy cristiano. Tampoco tengo misericordia, en el renglón de arriba era cristiano. Debo servir a una inteligencia superior, algo que quizá un simple mortal no pueda entender. O tal vez si lo entiende no quiera aceptarlo.
Toda vez que me invoquen percátense de que nada me importa. No me importa la santificación del trabajo, pero si la tengo que defender lo haré. No me importa la Justicia, pero si tengo que defenderla lo haré. No me importa la política, pero si tengo que estar dentro de ella lo haré. No me importa ser avaro, pero si tengo que serlo lo haré. Ese soy yo. Soy yo en primera persona.
Toda vez que me invoquen los detesto. Me repugna la pestilencia de vuestra mediocridad. Aborrezco la inanidad con la que día a día se sientan sobre el sillón por comodidad. Claro, yo tengo todo. Nada me falta y eso repugna. Me siento en el mismo sillón que vosotros. Pero sigo siendo yo; en cambio, vosotros, son nada más que un ejercicio literario.
Toda vez que me invoquen, ámenme. Soy quien también los puede amar. Yo quiero amar a todos. Pero también sé que no puedo amar a todos. Soy humano, soy de carne y hueso. Soy lujurioso. Soy inacabado y, por tanto, imperfecto. Soy yo, en una peligrosa primera persona, en una contienda contra mis demonios.
Por eso, nunca había escrito de mí. Quizá no lo vuelva a hacer.

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