El quiquiriquí de la timba clandestina
El quiquiriquí de la timba clandestina
Territorio Nacional de Misiones, cerca de las ruinas de la Compañía de Jesús. Época previa a la provincialización de las Misiones. Interventor Federal francés. La Policía brava.
En aquella época se trataba de erradicar el juego clandestino.
Celosa del cumplimiento de la orden la Policía investigaba todo episodio
relacionado a la timba, en particular a las riñas de gallos, porque un garito
implicaba mucha plata negra yendo y viniendo, uno o dos apuñalamientos por
semana y hacinamiento de rufianes y gente de dudosa vida. La autoridad veía
pasar la moneda, sin tocar un centavo, y para más, debía intervenir si un
apostador resultaba achurado.
En la costa del Paraná el comisario de la localidad tomó
conocimiento que durante aquella lejana noche húmeda próxima al carnaval se
disputaba una reunión de timba clandestina: gallitos en riña, tahúres compulsivos
a todo o nada y mal entretenidos de toda clase de calaña se darían cita para jugarse
pleno en el pase, tute, riña de gallos y otras suertes. La seguridad pública y
de la recaudación estatal estaban amenazadas.
Hombre de acción el comisario tomó cartas en el asunto e instruyó
al personal de la dependencia para desbaratar el encuentro furtivo. Casi sin
tiempo ordenó una comisión policial. Con lo que tenía: un joven oficial, dos agentes
rasos, y dos suboficiales bravos y experimentados, pero amañados y, también
conocedores del paño. Aquella comisión se constituyó en el lugar de la timba
clandestina a constatar el domicilio.
No hubo sorpresa para la policía. El dato era verdadero. Un
farol rompía la oscuridad de la noche. Azabache. El oficial jefe de la comisión
revolea un primer sablazo al farol y algunos otros a repartir en el lomo de los
curiosos, y sorprendidos, quienes salieron disparados como flechas de guaraníes.
Los apostadores fuertes se quedaron cerca de sus posturas, no querían perder su
dinero. Plantados.
La mesa de dinero estaba cubierta con una frazada, ordinaria
y obscena, y ella sostenía las posturas como rudimentario paño que era un vómito
de valores: relojes, anillos, dinero, y hasta la tanga de una rapaciña. También
sobre la frazada había botellas de caña y cigarrillo en chala. La rapaciña huye
del oscuro bajándose la pollera, con pasos apresurados, y mejillas húmedas y calientes.
Mezcla de caña y apretujones contra una palmera pindó. La perrada aúlla caliente,
pero no tanto como la frazada, los apostadores, la rapaciña y la recién llegada
comisión policial. Escaldados.
El oficial pide que se presente el encargado del lugar.
Nadie responde. Silencio pindó guazú en la costa del Paraná. El ambiente estaba
cargado y la perrada mutis. Los mosquitos no querían decir esta boca es mía. Rompiendo
el silencio una riña de gallos jadeaba en un corral improvisado junto a la mesa
con el paño improvisado y sus valores. Los gallos ni se animaron a cacarear ¡Quiquiriquí!
¡Quiquiriquí!
Sigue la acción y el oficial jefe de la comisión solicita
a uno de sus camaradas que incauten a los animales y los lleven a la comisaría
como parte de las evidencias para las posteriores actuaciones. Dos subalternos jóvenes
acatan la orden y se pierden en el silencio de la noche con los animales bajo
el brazo. Impávidos los gallitos perdieron las miradas en su coliseo y con las
púas de sus patitas esposadas. Los policías más viejos y sus patitas de gallo
se quedan cerca del jefe de la comisión. Algunos de los tahúres continuaban
junto a la mesa sin emitir sonido. Silentes. Ojos de espolón viendo cómo se iban
los curiosos y ya no quedaba ni el aroma al tacto de las rapaciñas.
El oficial se estira el uniforme, tensa su correaje de
cuero marrón cruzado del pecho, asegura el sable y dispara enérgico a viva voz:
-
¡Por edicto
policial esta reunión social debe concluir en este momento! Efectos de la infracción
incautados y a disposición de la superioridad en la dependencia. Los presentes
se retiran.
Se opone el cacique Geniolito de metro ochenta, firme junto
a la frazada, y responde:
-
¿Y qué pasa
si yo no quiero? Esta postura todavía no se resolvió y la pirápiré de la frazada
es mía.
El oficial hace un gesto con la cabeza a sus otros dos
camaradas más experimentados. Y en el mismo acto los policías revolean sablazos
al farol, y más planazos contra el lomo de otros desprevenidos que se escondían
detrás del cacique, quienes se asustan y huyen entre la vegetación. Los policías
les dan seguimiento, se pierden en la noche y quedan mano a mano el cacique
rebelde y el oficial. Son iluminados por el vaivén de la pobre iluminación del
farol. Riña.
El duelo entre el oficial y el cacique es mano a mano. El
representante guaraní es reducido por el oficial por su ventaja de sobriedad y destreza,
ayudado por el correaje de la autoridad. Y aprovechando que un camarada regresa
del monte, entre ambos, esposan a Geniolito que esa noche duerme con los gallos
de riña en el calabozo de la dependencia a la espera del amanecer y la llegada
del comisario.
La comisión policial descansa con los bolsillos
tranquilos y con parte del producido de las posturas de la frazada. El oficial
jefe se acuesta en el catre de la dependencia, cual apuesta clandestina, calientito
sobre la frazada. Y el cacique Geniolito fue despertado del sueño de su
borrachera al par de unas horas. Rompen destellos de Sol en la costa del Paraná.
Los compañeros de celda del cacique avisan un nuevo día: ¡Quiquiriquí!
¡Quiquiriquí! Alba.
Jorge Lucas Cabral.
1 Comentarios:
El quiquiriqui de la timba clandestina refleja descarnadamente una tradición existente en la gran mayoría de los pueblos. Los personajes son auténticos, tahures, prófugos y prostitutas en su antigua versión. El autor describe con sagacidad la trama de este juego clandestino, que al fin de cuentas era conocido por casi todos. La Policía cuando ingresaba no pedía documentos, actuaba; los tiempos han cambiado y los nuevos hábitos con los personajes de siempre también. Felicitaciones. Ramón Claudio Chávez.
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