jueves, noviembre 20, 2025

Un Murmullo en punta porá: ¿adónde van las palabras que callamos?

II- Un Murmullo en punta porá: 

¿adónde van las palabras que callamos?

 

(* Segunda parte del ensayo al poemario "Murmullos" de R. Cura.)

 

La creación de un artista supone un espectáculo compuesto por una obra que mantiene al público destinatario como espectador. Durante su ejecución se mantienen expectantes las emociones que producen placer o displacer, deseo o huida del objeto del acto creativo. La imaginación del artista, de donde proviene la creación, es una capacidad distintiva del  humano a diferencia de otras especies, de la tecnología y de la inteligencia artificial generativa.

En “Murmullos” de R. Cura desanda caminos en silencio, un llamamiento al alma y una forma de comunicarse con el otro en un contexto específico. ¿Dónde queda lo no dicho? ¿Dónde se diluye lo no dicho? ¿Dónde muere lo no dicho?

El poeta es un buen vecino del filósofo, es un residente que adoptó una casa basada en la pasión, la belleza y la estética. El poema se expresa en emociones por vía de las palabras y el final del poema encuentra su destino en el silencio, pero es un silencio que lo dice todo, que llena el alma.

¿El poema tiene un final o sencillamente un poema nunca termina? Que se puedan expresar emociones y sensaciones en la coordenada de la poesía es simplemente un callar, un silencio cuando la imagen, el gesto, la suspensión o el movimiento ya lo dijo todo, simplemente el poema se abandona.

A resultas de un murmullo surge un pensamiento de que es mejor guardar silencio por prudencia. Ese silencio trasunta una punta linda, una punta porá, que se abandona a un Mundo de cosas no dichas como las palabras calladas en el pueblo. Aquellas que se callaron por miedo, por vergüenza, por respeto, por prudencia, por piedad o por misericordia, por tabú, por amor, por odio, o tristeza.

El murmullo es el ingreso a un mundo de elegidos que remite a valores y discursos donde la supremacía de la apariencia es una punta afilada, que pone a prueba a la carne. Ese filo todo lo dice y nada se guarda para después, es un cuchillo marcado por el sentido común que busca ingresar al centro de la búsqueda del sentido y cuando no logra encontrar fibra a cortar mejor calla, guarda silencio, para expresar en otras formas de comunicación, quizá chistes, tragedias, chismes del pueblo, o tal vez silencio...

Los “Murmullos” son letras sentidas derivadas de los cinco sentidos pero coordinadas por un sexto sentido. Si se habla de pensar, de la voluntad y el juicio surge una reflexión, una consecuencia linda, bella, hermosa, una consecuencia porá adecuada en la proporción de las formas y medidas, pero también una consecuencia porá en el fondo de las imágenes dichas en los murmullos.

Que el aleteo de una mariposa cerca de las llamas de una fogata pueda decir más que mil palabras es una poesía dedicada a la natalidad, a la transformación de una realidad donde lo no dicho por el murmullo encuentra sede en las imágenes a expresar. Estas vistas hermosas que logran un sentido específico en la cronotopía en que se ubica: la punta porá la pluma exótica de una latitud indómita, salvaje, de los guaraníes que guardan silencio cuando se abusa de la tierra.

“Murmullos” es una poesía que no sólo surge del oído, de haber visto, tocado, lamido el dulce panal de la abeja que no deja su eterna laboriosidad, sino también de haber dolido y aprendido de los sentidos internos (sentido común, inteligencia, e imaginación) y que pese a ello guarda silencio de cuestiones de las que es mejor olvidar, o quizá perdonar en beneficio del amor y de la belleza, ya que hubo mucho tiempo de odio, tristeza y desaparición de la palabra. Un murmullo, una punta porá, una punta de un bello silencio.

Y así cada letra de “Murmullos” es una abeja que aguijonea el pensamiento, incluso con sus silencios, y atrás quedan esos no dichos; la poesía fluye como el río y se transmite con sudor, dolor de espalda, olor y hedor de parto que trae felicidad, risa y alegría a la existencia, que se encuentra partida y que ahora se encuentra com-partida en una instancia poética centrada en imágenes y con-centrada en verdades que hacen al acto creativo de dar un murmullo, una punta linda, una punta porá, en definitiva, una poesía porá.

A doña Trinidad en la bajada vieja parece un inicio que nace con un duelo. La muerte que todo lo transforma pero, de nuevo, no es otra cosa que el aletear de la mariposa, la natalidad del acto creativo de toda una serie de belleza. Y tras el inicio rompedor, un momento fantasmal, un espectro que baila entre páginas, como cuando baila el bailarín, se detiene en puntas de pie y lleva a un punto de fuga, tomar perspectiva de la cosa misma, un exquisito segundo invivible que el autor regala con el levante de la letra en “Suave”: “…duró una eternidad/ tanta ternura para dos/ el aire se purifica/ a cada momento/. La alegría invade nuestras ganas de vivir, de dar vida,/ de ser más de amar y soñar…”. Y a párrafo seguido de ese momento invivible lo que sigue es la reconstrucción de un instintivo hombre de las cavernas.

Trata de captar su no vivido, su cavernícola, en su no dicho, para dar al espectador un nuevo movimiento. In crescendo. La serie poética transforma la lectura pasiva en un deleite de pasiones para el espectador y ahí es donde el no dicho del autor convierte la pasividad del lector en una activa participación de emociones: “Quise detener el tiempo, esconderte en una cueva,/ protegerte, calentarte con mi cuerpo, cuidarte con la mirada/ que nada faltara en ese momento mágico,/ dejando que tus manos juren mis heridas./”, sigue el poema “Suave”. El precario cavernícola pasa de un momento invivible a una situación de testigo privilegiado que remueve en el espectador una emoción básica de protección y cuidado al ser amado y adquiere, por tanto, la condición jurídica de propietario de la situación.

De lo invivible, se pasa a ese no dicho, de ahí el salto al silencio, como una forma de comunicación, para saltar a la expresión de la emoción, al pathos que persuade al espectador y lo empeña en hacerse dueño de lo vivido en la protección del otro amado, por más que los amantes no se digan nada con palabras y sólo queden los gestos, los modos del amor, quedan aquellas fracciones de segundos que se llevan en el cuerpo, en la piel, en el alma.

Es fáctico. Si el artista hubiese callado su no vivido y no se hubiese puesto como ese hombre de las cavernas, luego testigo, y posteriormente como propietario, no se habría podido disfrutar el movimiento del poeta, quien como el bailarín, deleita con su creación. El momento callado hubiera sido un espectro, un ánima perdida en el limbo de la creación. Esa suave imagen regala una emoción, cuidado al ser amado: poesía porá… una punta que pese a que pudo haber sido callada a la orilla de cualquier río es eterna, es bella, es una voz que fue no dicha y que se la lleva el río...

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