Un Murmullo en punta porá: ¿adónde van las palabras que callamos?
II- Un Murmullo en punta porá:
¿adónde van las palabras que
callamos?
(* Segunda parte del ensayo al poemario "Murmullos" de R. Cura.)
En “Murmullos” de R. Cura desanda caminos en silencio, un llamamiento al alma y una forma de comunicarse con el otro en un contexto específico. ¿Dónde queda lo no dicho? ¿Dónde se diluye lo no dicho? ¿Dónde muere lo no dicho?
¿El poema tiene un final o
sencillamente un poema nunca termina? Que se puedan expresar emociones y
sensaciones en la coordenada de la poesía es simplemente un callar, un silencio
cuando la imagen, el gesto, la suspensión o el movimiento ya lo dijo todo,
simplemente el poema se abandona.
A resultas de un murmullo
surge un pensamiento de que es mejor guardar silencio por prudencia. Ese
silencio trasunta una punta linda, una punta porá, que se abandona a un Mundo de cosas no dichas como las
palabras calladas en el pueblo. Aquellas que se callaron por miedo, por
vergüenza, por respeto, por prudencia, por piedad o por misericordia, por tabú,
por amor, por odio, o tristeza.
Los “Murmullos” son letras sentidas derivadas de los cinco sentidos
pero coordinadas por un sexto sentido. Si se habla de pensar, de la voluntad y
el juicio surge una reflexión, una consecuencia linda, bella, hermosa, una
consecuencia porá adecuada en la
proporción de las formas y medidas, pero también una consecuencia porá en el fondo de las imágenes dichas
en los murmullos.
Que el aleteo de una mariposa cerca de las llamas de una fogata pueda decir más que mil palabras es una poesía dedicada a la natalidad, a la transformación de una realidad donde lo no dicho por el murmullo encuentra sede en las imágenes a expresar. Estas vistas hermosas que logran un sentido específico en la cronotopía en que se ubica: la punta porá la pluma exótica de una latitud indómita, salvaje, de los guaraníes que guardan silencio cuando se abusa de la tierra.
Y así cada letra de “Murmullos” es una abeja que aguijonea
el pensamiento, incluso con sus silencios, y atrás quedan esos no dichos; la
poesía fluye como el río y se transmite con sudor, dolor de espalda, olor y
hedor de parto que trae felicidad, risa y alegría a la existencia, que se
encuentra partida y que ahora se encuentra com-partida en una instancia poética
centrada en imágenes y con-centrada en verdades que hacen al acto creativo de
dar un murmullo, una punta linda, una punta porá,
en definitiva, una poesía porá.
A doña Trinidad en la bajada
vieja parece un inicio que nace con un duelo. La muerte que todo lo transforma
pero, de nuevo, no es otra cosa que el aletear de la mariposa, la natalidad del
acto creativo de toda una serie de belleza. Y tras el inicio rompedor, un
momento fantasmal, un espectro que baila entre páginas, como cuando baila el
bailarín, se detiene en puntas de pie y lleva a un punto de fuga, tomar
perspectiva de la cosa misma, un exquisito segundo invivible que el autor
regala con el levante de la letra en “Suave”:
“…duró una eternidad/ tanta ternura para
dos/ el aire se purifica/ a cada momento/. La alegría invade nuestras ganas de
vivir, de dar vida,/ de ser más de amar y soñar…”. Y a párrafo seguido de ese
momento invivible lo que sigue es la reconstrucción de un instintivo hombre de
las cavernas.
De lo invivible, se pasa a ese no dicho, de ahí el salto al silencio, como una forma de comunicación, para saltar a la expresión de la emoción, al pathos que persuade al espectador y lo empeña en hacerse dueño de lo vivido en la protección del otro amado, por más que los amantes no se digan nada con palabras y sólo queden los gestos, los modos del amor, quedan aquellas fracciones de segundos que se llevan en el cuerpo, en la piel, en el alma.



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