En el circo eran cinco hermanos… El payaso, la mujer maravilla, el domador, el botellero y el mago. (Estado sí o Estado no)
Había una vez un pueblo chico de una frontera muy, muy lejana, donde la risa y la alegría habían sido expropiada en beneficio de pública utilidad donde el Estado era el dueño del circo. El León tenía ínfulas de Libertad y, en realidad, estaba más enjaulado que nunca; el enano era uno solo y cada día que corría tenía menos participación en el espectáculo circense, los acróbatas ya se habían dado varios golpes y decidieron abandonar el negocio por falta de garantías; y la decencia de la mujer de maravilla hacía equilibrio en la cuerda fofa de los acróbatas.
Cuando
no había espectáculo la estética de la mujer maravilla se paseaba tras
bambalinas en los camarines de los chistes malos del payaso y de la varita cada
vez más floja del mago, quien durante las funciones diarias se dedicaba a
buscar su serrucho perdido.
En
aquella frontera lejana por la tarde comenzaba la obra. El presentador era el
payaso, él siempre muy agradecido con el escaso público, convocaba al domador
del león, quien con maullidos de felino domesticado salía de la jaula y
obedecía las órdenes siniestras del domador montado en sus zancadas de gallo.
Prendían fuego la argolla, pero el león ya no saltaba. Tiraban un poco un hueso,
pero el león no se movía. Con más pena que gloria el rey de la selva se retiraba.
En
la pausa de la función pasaba el vendedor de bollos para sostener la
recaudación del circo, la masa frita con azúcar y rellena de crema o dulce
solía ser una bomba al sistema digestivo de los espectadores. Entrada la noche
se escuchaba aparecía el botellero que pasaba recolectando los envases de las
botellas al grito de: -“booootellero, booootellero”…
Para
finalizar la obra, el mago se servía de la asistencia del bollero y de la mujer
maravilla, quien aparecía con un cambio liviano de ropa que dejaba ver un ojo
tatuado en cada glúteo, por lo que a su retirada era imposible no verla a los
ojos. Infarto.
El
mago preguntaba al bollero cómo había ido la venta en clara referencia a su
interés por la recaudación entonces. Entonces el bollero pasaba la canasta a la
mujer maravilla para contar el dinero. Mientras se hacía el recuento del dinero
aparecía en payaso con el serrucho en la mano argumentando que lo encontró
debajo del león dormido. La herramienta a manos del mago.
Mientras,
la mujer maravilla sacudía un poco la canasta y contestaba, quedan dos bollos, uno
con crema y uno con dulce, pero pasaba el payaso y se robaba un bollo de dulce
y en el tumulto la mujer maravilla se comía el bollo con crema entonces.
Entonces
el mago, que era recaudador, le daba la canasta al payaso y los echaba del
escenario junto al bollero que se iban maldiciendo con las manos vacías después
de haber trabajado toda la función. A la retirada del payaso y del bollero el
mago hipnotizaba con su varita a la mujer maravilla. Pase de magia. Conejo
negro. Palomas vuelan.
Con
un poco de crema en la comisura de la boca, la mujer maravilla caía rendida al
hipnotismo del flagelo mágico. El mago golpeaba el serrucho contra un hierro y
la serruchaba al medio. Con el dinero en el bolsillo y dándole al serrucho el
mago le limpiaba la crema de la boca a la mujer maravilla. Partida al medio.
Y en
eso aparecía el domador con el león domesticado, con un collar y maullando como
gatito. Pregunta cuánto habían juntado de la recaudación y junta el torso y las
piernas de la mujer maravilla. Une las partes y se la lleva, junto con la
recaudación.
El
público presente pero inmóvil y el domador se llevaba a la mujer de la
maravilla de la cintura, caminando y en perfecto estado. Mientras que en el
fondo del circo el bollero se sacude solo la harina porque mañana tiene que
seguir vendiendo para la recaudación del circo y el payaso en su camarín llora
enamorado y le habla a la pared de su camarín vacío: “la mujer maravilla come
el bollo del domador, es un mal necesario, él es la autoridad”.
Había
una vez un circo en un pueblo de frontera…




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