La estación de fuego: inoperositá corporis: la nueva felicidad
El fuego enseña cercanía y a la vez lejanía. Imágenes que transportan al sentir la ausencia y la presencia. El fuego en su crepitar fluctuante e impredecible remonta al paso del tiempo irreversible, irrevocable el chasquido de la chispa que detonó es irreproducible un tren que pasó, un vagón que sonó, un durmiente que tronó. Mientras en la estación pasa y pasa otro vagón ya nada será igual en la ausencia, ya todo será diferente en la estación. Porque si sólo te quedas mirando e inoperante la estación es de fuego: el cuerpo está en descanso: es una nueva felicidad, la delicia.
Con el cuerpo inmóvil lo tienes todo y sólo estás en la estación y te quedas ahí: "...en esta constelación de besos,/ en este mes ardiente/ con mi sonrisa y tus brazos,/ (...)/ en este resplandor de dicha,/ en esta estación de fuego./ (...)/.". (Estación de Fuego N. Silva Pág 9. Julio 1991. Comp. El Territorio. Impresión Panorama.).
Quedarse y
estar en una estación es una forma de ser y estar en el universo porque por más
que la que la constelación de besos se dibujen de diversas formas siempre
estarán las estrellas pintadas en el lienzo del cielo. El cuerpo inoperante del
otro será el firmamento donde se dibujen constelaciones de dolor y de placer,
de amor y de odio, de angustia y de paz. Y en esa inutilidad del cuerpo, cuando
ya nada queda por hacer más que solo estacionar, ubicarse en la estación parar
detener la marcha y contemplar el fuego.
La
inoperositá corporis es ver el estado de cosas o el estatus del ser. Y del
existir que se destruyen. Para que el dolor sea la mejor docente de las
experiencias vividas y por más que haya otro cuerpo en el momento de la
inoperositá, de inutilidad, de inanidad o de inoperositá ya nada queda por
hacer mas que solo yacer. La inoperositá corporis es una forma de estar y de
estacionarse, en la estación, en una estancia de fuego. Y en esa estancia es cuando el universo arde, como cuando arde
el Reichstag y las leyes se queman y no resta edificio por amar, la sede del
amor es solo la inoperositá, la nueva felicidad, una delicia.
Y años más
tarde el dolor enseña y es docente que enseña con brutalidad y el alumno se
rinda a la contemplación, ya no se puede aprender más que solo la pérdida y la
soledad. Con angustia la estación de fuego es un espectro del amor que fue en
el pasado. Ya que una estancia de esta naturaleza es condicionada a su
alimento: al roble o a la paja que alimenta el fuego. Sabiendo que no resta
nada más que enamorarse de los propios errores y hacer de ellos una razón de
estar (raison letatt). Admitiendo que siempre los errores serán la causa
primera en el segmento lineal del tiempo y la verdad siempre será la última
estación o la penúltima estando en la inoperositá de la estación.
Al apretar
la mano del otro cuando no vemos ni oímos más que el vagón que nos toca y ya no
se debe subir porque su destino es el final del poema. Y en esa finalización
sólo queda el juicio y la condena sin jamás darse tregua y sin piedad hasta
romperse las almas.
Y tratar de
movilizar el alma en esa estación de inoperosidad es reconocer que las piedras
parecen más tiernas que la carne y que el fuego de un pasto seco más luminoso
que el sol. La contemplación de la belleza y de la estática de la estación de
fuego radica, no en la acción sino en la nueva felicidad del ser o en la
condición hipnótica del fuego. En la belleza la eternidad del momento efímero
hace sublime algo pasajero y aprendemos que la felicidad no consiste en ser el
último o penúltimo poeta de la historia de los tiempos y de las estaciones,
sino entregarse completo a la inoperosidad del cuerpo, ya que ser poetizado por
algo o alguien que no conocemos eso es la felicidad: una delicia.
Interludio :
Enseña el fuego de calidez en invierno y de cobijo al frío. En la intimidad
del hogar la llama flamea, sus brasas parecieran eternas, la madera que lo
alimenta huele a monte nativo. El fuego también enseña piedad y compasión en el
momento en que los amantes se rinden de placer y la llegada del tiempo
inoperante es iluminado entre claros y oscuros. Cuerpos desnudos. Rendirse a la
belleza del otro, del fuego que mata, y a la existencia del leño, es un eterno
recuerdo del no matarás y como un vil homicida al fuego hipnotiza y se lleva
consigo todas las atenciones. Quinto Mandamiento: "No matarás", y
viene el cambio de marcha a fondo del pedal, el motor de la locomotora pide más
solo. Y viene una nueva marcha que imprime una nueva la velocidad: más acción.
Pero es una sobremarcha de felicidad para no gastar más de lo debido en territorios de fuego, latitudes inéditas que subyacen en vestigios de una civilización tropical como si fueran las autopistas de Obebrecht jugamos a rápidos y furiosos entre sábanas de la vieja Panamá y prendemos el fuego de las gomas con el alcohol del ron y la brasa del tabaco nos escondemos en el humo de la pista y aplastamos la noche a toda velocidad... yo tan Toretto, vos tan Leticia. De pronto el fuego baja y denuncia una estación que quedo atrás en el tiempo quemada, ardida, resentida, ida, y desde su ceniza surge un fénix de muerte y desatino. Una última llama viene con delirio y el cuerpo se abandona y el tacto otra vez en el olvido… Que me ha enseñado el fuego: la delicia, yo tan Toretto, vos tan Leticia…
En la
memoria del incendio solo queda un espectro, una casa abandonada, la lámpara
del genio extraviada, un chorrillo. Y como el político que no cumple con su
promesa de apagarte el fuego con mis besos y lamerte tanto los labios que hasta
tu boca se pusiera celosa fuiste una flautista que se llevó los niños de mi
inocencia. Ya no tuve donde esconderme y allí quedo mi corazón oculto,
reservado, clandestino, navegando en privado, un punto móvil, para sentirme un
gigante invulnerable, pero corriendo el riesgo de siempre tener que volver por
recuerdo. Y en ese domicilio sentirme de nuevo vulnerable y en el fuego de una
nueva llamarada, en un nuevo domicilio, remita nuevamente al quinto mandamiento
y me abandone al recuerdo, a lo ido. Un fuego lento, fantasmal y la ternura de
tus besos que antes corrieron en el Chorrillo, una delicia, yo tan Toretto, vos
tan Leticia...



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