martes, octubre 28, 2025

La estación de fuego: inoperositá corporis: la nueva felicidad

El fuego enseña cercanía y a la vez lejanía. Imágenes que transportan al sentir la ausencia y la presencia. El fuego en su crepitar fluctuante e impredecible remonta al paso del tiempo irreversible, irrevocable el chasquido de la chispa que detonó es irreproducible un tren que pasó, un vagón que sonó, un durmiente que tronó. Mientras en la estación pasa y pasa otro vagón ya nada será igual en la ausencia, ya todo será diferente en la estación. Porque si sólo te quedas mirando e inoperante la estación es de fuego: el cuerpo está en descanso: es una nueva felicidad, la delicia.

Con el cuerpo inmóvil lo tienes todo y sólo estás en la estación y te quedas ahí: "...en esta constelación de besos,/ en este mes ardiente/ con mi sonrisa y tus brazos,/ (...)/ en este resplandor de dicha,/ en esta estación de fuego./ (...)/.". (Estación de Fuego N. Silva Pág 9. Julio 1991. Comp. El Territorio. Impresión Panorama.).

Quedarse y estar en una estación es una forma de ser y estar en el universo porque por más que la que la constelación de besos se dibujen de diversas formas siempre estarán las estrellas pintadas en el lienzo del cielo. El cuerpo inoperante del otro será el firmamento donde se dibujen constelaciones de dolor y de placer, de amor y de odio, de angustia y de paz. Y en esa inutilidad del cuerpo, cuando ya nada queda por hacer más que solo estacionar, ubicarse en la estación parar detener la marcha y contemplar el fuego.

La inoperositá corporis es ver el estado de cosas o el estatus del ser. Y del existir que se destruyen. Para que el dolor sea la mejor docente de las experiencias vividas y por más que haya otro cuerpo en el momento de la inoperositá, de inutilidad, de inanidad o de inoperositá ya nada queda por hacer mas que solo yacer. La inoperositá corporis es una forma de estar y de estacionarse, en la estación, en una estancia de fuego. Y en esa estancia  es cuando el universo arde, como cuando arde el Reichstag y las leyes se queman y no resta edificio por amar, la sede del amor es solo la inoperositá, la nueva felicidad, una delicia.

Y años más tarde el dolor enseña y es docente que enseña con brutalidad y el alumno se rinda a la contemplación, ya no se puede aprender más que solo la pérdida y la soledad. Con angustia la estación de fuego es un espectro del amor que fue en el pasado. Ya que una estancia de esta naturaleza es condicionada a su alimento: al roble o a la paja que alimenta el fuego. Sabiendo que no resta nada más que enamorarse de los propios errores y hacer de ellos una razón de estar (raison letatt). Admitiendo que siempre los errores serán la causa primera en el segmento lineal del tiempo y la verdad siempre será la última estación o la penúltima estando en la inoperositá de la estación.

Al apretar la mano del otro cuando no vemos ni oímos más que el vagón que nos toca y ya no se debe subir porque su destino es el final del poema. Y en esa finalización sólo queda el juicio y la condena sin jamás darse tregua y sin piedad hasta romperse las almas.

Y tratar de movilizar el alma en esa estación de inoperosidad es reconocer que las piedras parecen más tiernas que la carne y que el fuego de un pasto seco más luminoso que el sol. La contemplación de la belleza y de la estática de la estación de fuego radica, no en la acción sino en la nueva felicidad del ser o en la condición hipnótica del fuego. En la belleza la eternidad del momento efímero hace sublime algo pasajero y aprendemos que la felicidad no consiste en ser el último o penúltimo poeta de la historia de los tiempos y de las estaciones, sino entregarse completo a la inoperosidad del cuerpo, ya que ser poetizado por algo o alguien que no conocemos eso es la felicidad: una delicia.

 

Interludio : 

Enseña el fuego de calidez en invierno y de cobijo al frío. En la intimidad del hogar la llama flamea, sus brasas parecieran eternas, la madera que lo alimenta huele a monte nativo. El fuego también enseña piedad y compasión en el momento en que los amantes se rinden de placer y la llegada del tiempo inoperante es iluminado entre claros y oscuros. Cuerpos desnudos. Rendirse a la belleza del otro, del fuego que mata, y a la existencia del leño, es un eterno recuerdo del no matarás y como un vil homicida al fuego hipnotiza y se lleva consigo todas las atenciones. Quinto Mandamiento: "No matarás", y viene el cambio de marcha a fondo del pedal, el motor de la locomotora pide más solo. Y viene una nueva marcha que imprime una nueva la velocidad: más acción.

Pero es una sobremarcha de felicidad para no gastar más de lo debido en territorios de fuego, latitudes inéditas que subyacen en vestigios de una civilización tropical como si fueran las autopistas de Obebrecht jugamos a rápidos y furiosos entre sábanas de la vieja Panamá y prendemos el fuego de las gomas con el alcohol del ron y la brasa del tabaco nos escondemos en el humo de la pista y aplastamos la noche a toda velocidad... yo tan Toretto, vos tan Leticia. De pronto el fuego baja y denuncia una estación que quedo atrás en el tiempo quemada, ardida, resentida, ida, y desde su ceniza surge un fénix de muerte y desatino. Una última llama viene con delirio y el cuerpo se abandona y el tacto otra vez en el olvido…  Que me ha enseñado el fuego: la delicia, yo tan Toretto, vos tan Leticia…

En la memoria del incendio solo queda un espectro, una casa abandonada, la lámpara del genio extraviada, un chorrillo. Y como el político que no cumple con su promesa de apagarte el fuego con mis besos y lamerte tanto los labios que hasta tu boca se pusiera celosa fuiste una flautista que se llevó los niños de mi inocencia. Ya no tuve donde esconderme y allí quedo mi corazón oculto, reservado, clandestino, navegando en privado, un punto móvil, para sentirme un gigante invulnerable, pero corriendo el riesgo de siempre tener que volver por recuerdo. Y en ese domicilio sentirme de nuevo vulnerable y en el fuego de una nueva llamarada, en un nuevo domicilio, remita nuevamente al quinto mandamiento y me abandone al recuerdo, a lo ido. Un fuego lento, fantasmal y la ternura de tus besos que antes corrieron en el Chorrillo, una delicia, yo tan Toretto, vos tan Leticia...


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