domingo, enero 28, 2007

El as de la locura ordinaria

Hacía varias noches que el doctor había estado esperando el naipe que cambiara la suerte, que abriera el juego hacia la medialuna del punto. La enajenación de los presentes rondaba la demencia. Algunos tomaban café, otros bebidas con alcohol y los más ardientes la imaginaban desnuda sobre la mesa de paño verde. El cuopier con alevosa saña revoleaba cartas, el supervisor miraba asombrado. La casa siempre gana, pensaban con soberbia.
La mesa se iluminó con la llegada de la prostituta más inaccesible de toda la región. Su nombre no importaba, nunca importa cómo se llaman. Lo que había que considerar a esa altura era que tenía una sonrisa que dejó anonadados a los presentes, incluyendo al doctor. Los rasgos finos de sus manos excitaban al más indolente y el apetito de amanecer junto a ella era irrefrenable. El pagador había caído a segundo plano.
Pasaron las horas entre cartas, cafés y cigarrillos, y la noche los hizo amigos. La luz amarillenta que se derrumbaba sobre ellos permitía un contacto que llevaba al nirvana y que les permitía vislumbrar los siguientes naipes.
El sabot se vació y, repentinamente, ella desapareció. Por tierra fueron las sensaciones fogosas que tenía el letrado. Sin embargo, al comenzar la siguiente tirada ella resurgió de entre el gentío que colmaba al piso alfombrado de pana. Al regreso, la dama de alquiler ocupó un lugar junto al hombre que había fascinado. La demencia los puso en un punto sin retorno. Salieron del salón abrazados y fueron directo al piso de la dueña del momento.
La altura mareaba y el ascensor había sido disparado al decimoséptimo piso. En el cubículo, como bestias lujuriosas, iniciaron la sesión. Llegaron al último piso. Desde allí se podía observar todo. La curva del río era perfecta, las estrellas estaban al alcance de la mano y del otro lado del cauce se veía un cordón de luces que irradiaban a la avenida más glamorosa de la provincia vecina. Sin saber qué esperar se rindieron a saciar su apetito sensual. Ella lentamente quitó su vestido y a él no le quedó mas que amarla. Toda la noche estuvieron entregados a los demonios incubus y sucubus. Ella dejó al descubierto sus secretos más íntimos y él dejó ver las traiciones más repugnantes que había cometido. Salió el sol y con el pago del servicio todo acabó, el beso de despedida supo a un pronto reencuentro. Ella no lo volvió a ver. Y él murió esa mañana cuando regresaba a casa luego de la noche de locura ordinaria. El costo de esa velada, en la que había estado espererando el as, había sido muy alto.

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