lunes, noviembre 13, 2006

El tiempo sí para

El vínculo de Ursula con el tiempo era muy particular. Ella creía que sólo el tiempo era capaz de refrenar el recuerdo de amores malogrados y que la belleza de los astros estelares estaba exenta de la frívola vanidad de la medida lineal de los acontecimientos. Sin embargo, esa gélida mañana otoñal lo vio. Y su hipótesis se desplomó con el suspiro que únicamente ella era capaz de esbozar. Aquella vez Ursula lo vio y olvidó a sus amores pasados, la belleza de los astros, el transcurso del tiempo… Y el tiempo, paró. Sí, el tiempo paró con un suspiro despojado de egoísmo, rencor, malicia y vanidad. Ese suspiro los elevó al estrato donde ella y su amor de tiempo otoñal no tenían más que mirarse y observar cómo todo a su alrededor estaba congelado.
La experiencia de Ursula ocurrió donde ella comenzaba su jornada en conexión con otras personas. A las 7.45 en el subterráneo, cuando viajaba desde la estación Palermo hasta la Facultad de Medicina. Para llegar a horario a ese lugar ella abandonaba, luego de tomar los recaudos del día, su departamento de Godoy Cruz y Juncal y caminaba cuatro cuadras hasta la boca del subterráneo. Mientras, el tiempo transcurría soberbio y aplanador.
Los días de semana de Ursula comenzaban siempre de la misma manera: sonaba el despertador, se bañaba, preparaba café y lo acompañaba con dos medialunas. Con el café hurgaba en Internet y hacía competir a un bocado del cruasán con el primer párrafo de las noticias que informaban los diarios digitales. El tiempo corría y ella quería detenerlo para dar una oportunidad de victoria a la noticia, debido a que muchas veces perdía desastrosamente la competencia con la medialuna de hojaldre.
Ella soñaba con la antinatural prerrogativa de detener el tiempo. A su antojo quería disponer del orden natural. Le molestaba sobre manera que los mejores momentos de la vida sean tan efímeros. Por eso, procuró toda clase de conjuros para obtener el don que la haga dueña del tiempo.
Una de las mañanas que tomaba el subterráneo se percató de que en ese lugar y a esa hora se provocaba un vacío en la ley del tiempo. Descubrió que con un suspiro de amor despojado de egoísmo rompía la rígida barra de la legalidad natural. Otras veces procuró suspiros sin amor… pero se percató de que el tiempo sin amor no para.
Para llegar a obtener ese don, que sólo lo podía ejercer en el metro, probó con diversos tipos de conjuros, planes y estudios. Fue desde la hechicería hasta el estudio pormenorizado de las diferentes tesituras respecto de la relación del tiempo con el espacio. Pero cansada de tanto esfuerzo sin ningún resultado visible una mañana salió a caminar. Estaba harta de tantas lecturas y conjuros. Así fue que decidió tomar el metro en la estación más cercana a su hogar. Fue allí donde notó que su anhelo era posible y también fue allí donde se dio cuenta, tiempo más tarde, que sólo en el subte podía ejercer su don. Su don era parar el tiempo con un suspiro de amor. Esa facultad de hacer añicos al ordenamiento natural la ubicaba un peldaño arriba del resto de los mortales. Precisamente, a esos mortales eran a los que tenía que amar para poder ejercer su facultad.
Así fue que una mañana tras otra, durante unos tres años, detuvo al tiempo en la estación Palermo y enamoraba a diferentes caballeros. Ellos sentían que flotaban cuando ella suspiraba. Y ella gozaba con su suspiro porque lograba lo que tanto placer le causaba: detener el tiempo para no olvidar a su primer amor. Lo hacía sin saber que con cada suspiro más lejos estaba de aquel primer amor, debido a que ella sólo detenía el tiempo si amaba. Si no amaba, el tiempo corría y se diluía entre el horario de la facultad y del trabajo. Así continuó destrozando el recuerdo del primer amor. Del amor llano y sencillo. Del amor de primavera, de su pueblo natal y alejado de aquel último amor de tiempo otoñal.
A los tres años de pleno ejercicio de su facultad se dio cuenta de que no le hacía bien. Ya casi no recordaba a su primer amor. No podía describir cómo fue aquella primera cita. Casi no estaba entre sus recuerdos dónde fue el primer beso y en qué lugar fue el último. Todo era producto del goce de esa arrolladora potestad sobre el sencillo devenir de los acontecimientos. Aquello comenzó a herir a Ursula, porque en el fondo todavía quería sangrar el recuerdo de aquel amor malogrado. Un buen día decidió que no iba a tomar más el subterráneo y, por consiguiente, que no iba alterar más el tiempo.
En lo profundo del alma le dolía haber olvidado aquel primer amor. Sin embargo, no se arrepentía de la gran cantidad de suspiros de amor que había esbozado durante los últimos tres años. Uno de esos días cansada de suspiros se bajó en la estación Bulnes y tomó el ómnibus. Ese fue su último viaje por las viseras de Buenos Aires.
Ahora Sebastián, un joven que siempre estuvo cerca de Ursula cuando detenía el tiempo en el subterráneo, toma el mismo micro que ella. El muchacho la seguía todas las mañanas. Esperaba que alguna vez Ursula recuerde el amor que se juraron solemnemente a 1100 kilómetros al Norte de Buenos Aires, sobre la rojiza tierra de Jardín América. Ella, después de tres años de verlo y saludarlo en el subterráneo, todavía no recuerda que Sebastián había sido su primer amor.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal