viernes, enero 19, 2007

Enharina’os y en la macha

El espíritu salamanquero transformó a todos los amigos. Cambió a los músicos, a los corredores, a los escritores. Ellos querían éxito y la envidia de los inanes. El procedimiento para conformar a la Salamanca siempre es igual. El precio a pagar varía de sujeto a objeto. Pero al modo de usurero la Salamanca decide cómo presta y cómo recupera.
Aquella noche, enharinados durante el carnaval, partieron a su encuentro. Estaban ebrios y de fiesta. No importaba el futuro. La macha era importante. Lo único que se podía pensar a futuro era la forma de renovar el acuyico, que con el fernet parecía un néctar vital.
A pocos kilómetros de la capital de la comarca estaba el reducto salamanquero. Todos iban en el mismo auto. Todos eran amigos. Y todos tenían vidas diferentes. Uno de ellos era periodista, el otro automovilista y los restantes músicos. Hacía varios años que no se veían, habían pasado como ocho años. Estaban cambiados pero los unía la misma cosa.
El fernet corría y era delicioso. Enharinados mancharon todo el interior del BMW. La bestia aplastaba a la ruta a más de 190 kilómetros por hora. Luego de dos días de fiesta, tras varias mujeres probadas, ya no importaba nada. El único Norte era llegar a la sala de la Salamanca y requerir éxito.
El automovilista pedía podios. Y los otros querían el metal, el que compra las voluntades de los más codiciosos. De a poco y sesgados de ambición negaron la gran fe en la que habían sido educados. Todos ellos eran de familias católicas. Sin embargo, el primer paso para la entrevista había sido perpetrado.
Sintieron un aprisionamiento en el pecho y de 220 bajaron a menos de 20. “Casi nos pasamos”, dijo el chofer. Estacionaron el coche en la banquina y a pie, bajo el fulgor de las estrellas, comenzaron la búsqueda del portal donde estaba el carnero inmundo.
El socavón no aparecía y urdidos de maldad analizaron qué rumbo tomarían. Súbitamente, escucharon de fondo la tonada de la Salamanca. Allá fueron y la encontraron. El ingreso a la cueva y su oscuridad contrastaban con la tierra blanca, el polvo confundía a esa altura que estaban enharina’os. La alta noche los tenía demasiado embriagados. Eran las 3 y no les quedaba más fernet. Decidieron volver. Y allí se presentó el primer símbolo a negar. Así lo hicieron. Y junto con esas intrigas encontraron bebidas. La complejidad de la situación no significaba nada y se entregaron a la orgía reinante. La música estaba exquisita. De fondo, había un orador descollante. Las ánimas condenadas los molestaban, los sicarios encerrados allí proponían todo tipo de negocios.
Siguieron el rumbo y luego de dar rienda suelta a los variados vicios apareció el dueño del lugar. “Changos, ¿qué los trae hasta aquí?”, dijo.
Inhibidos, a ninguno de los solicitantes les salió una miserable palabra. El corredor tomó coraje con un trago y abrió el juego. “Sabemos de tu poder, queremos éxito, exigimos –rectificó- éxito”. A todos los presentes les cambió la cara y atentos a la metamorfosis del rostro del otorgante, sintieron miedo.
Todos callados se fueron y luego amaneció. Regresaron a la fiesta que había en la capital de la comarca. Y decidieron descansar luego de los tres días de carnaval. Antes de dormir se bañaron y la harina, el polvo y la embriaguez desaparecieron.
Al otro día, cada uno de los amigos tomó su propio rumbo. Nunca más se volvieron a ver. Y la destreza que cada uno adquirió esa noche de harina y macha los reunió en el lugar del pago. En esa cueva evocaron los recuerdos de la vida y se hicieron socios del mal.

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