viernes, enero 19, 2007

Hermano sol, hermana agua


La búsqueda había comenzado temprano a la mañana, alrededor de las 5. Los primeros rayos solares pegaban en el espejo de agua. Y el cronista, fiel a su costumbre, nuevamente había llegado tarde al compromiso. Eran las 8 y el hermano sol quemaba la piel. El olor a bronceador de coco de aquellas damas era una quimera. En el aire solo flotaba la desesperación y el rancio hedor a uniformes y botas con varios días de recorridas. El periodista era uno más en la inmensidad. La hermana agua era el desafío. Los otros se perdían en el basto cauce de aquel río que poco a poco ganaba espacio a la tierra.
Llegaron al lugar de encuentro. En la bajada de lanchas se podía sentir la impotencia y las ganas de hacer hasta lo imposible para hallar con vida a Lucas y a Fernando. Ellos hacía varios días que llevaban perdidos en las aguas. Varias fueron las versiones que sobrevolaron al caso que, sin embargo todo, siguió siendo investigado.
Las presunciones de los investigadores eran muchísimas. No obstante, ellos se inclinaban a un crimen por encargo. Un crimen con aires de venganza. Un crimen perpetrado a instancias de una mujer desconsolada, despechada y obsesiva.
Otras versiones se inclinaban hacia la muerte accidental. Y las más despiadadas recaían en el crimen para la venta de órganos. Sin perjuicio de las alocadas versiones, según las teorías de los más cautos, los chicos se habían ahogado. Y en ese marco, o estaban en lo profundo del lecho fluvial o atascados entre los postes de los árboles que rodeaban a la isla.
Llegaba el mediodía de la cuarta jornada de búsqueda y algunos de los allegados de la familia ya no daban muchas monedas por la vida de Fernando y Lucas. Más que nunca el pesimismo se deslizó en la arena de las costas del Paraná. Menos para los padres de los desaparecidos que procuraban los medios necesarios para llevar adelante el operativo de rescate programado por los adalides de las embarcaciones.
A poco más de cincuenta kilómetros, en la base de operaciones de los más prevenidos se chequeaban horarios y recorridos. Los vuelos, rastrillajes en agua y en tierra ya eran la realidad. Nadie escatimaba esfuerzos por saber qué había pasado con los flamantes universitarios. Ambos habían hecho, igual que aquel informador, cursos de supervivencia en el monte y otras zonas. A ellos no les resultaba extraño el agreste terreno. Para los muchachos era como un picnic. Nada más que no había jugo, tampoco había muchachas con las cuales regocijar la vista y, tal vez, encarar alguna que otra relación.
El cronista se llamaba Arnaldo. Tenía 24 años, era joven. Pero parecía que tenía muchas vidas vividas, parecía que había reencarnado varias veces y que en cada una de las vidas que llevó le quedaba algo de esa experiencia. A Arnaldo le incomodaba cumplir horarios. También lo indisponían las presiones, sobre todo la de sus novias y la de los jefes. Sin embargo, siempre lograba su cometido.
Lucas y Fernando estaban perdidos en la inmensidad. Arnaldo también estaba perdido en la gran llanura de agua. El lecho arenoso era un gran recurso. El hermano sol curtía a todos. Nadie se salvaba: la arena, el agua, los hombres y Arnaldo. Todos estaban recibiendo el castigo del hermano sol.
Terminó el recorrido al mediodía y los buscadores ya no tenían fuerzas para grandes logros. Las acciones épicas eran de la antigüedad. A lo lejos todos observaban las astas de los más ambiciosos. Se levantaban al Norte y al Sur. El poder político ya había tejido los designios de todos. Los buscadores estaban confinados al fracaso. Los relatores de historias estaban predestinados a omitir la realidad que bailaba entre la mentira y un Dios de fantasía que caminaba triste entre el amor y la alegría.
Con la llegada del ocaso Arnaldo seguía siendo uno más, uno en la inmensidad. El hermano sol le cortaba la cara. Pero aquellos hombres seguían jugándosela. Y las acciones futuras se incrementaban a medida que las aguas se acumulaban en el paredón de la represa que ya estaba muy por encima de donde debía estar. Todo el mundo ya había dado vuelta todo. Y los chicos seguían ausentes.
Los vehículos aéreos surcaban los cielos. Oteaban más de nada. Las máquinas fluviales seguían sin resultados. Las hipótesis crecían. Nadie se animaba a decir nada. Los más atrevidos se lamentaban sobre la determinación de los jóvenes de ganar las aguas en una pequeña y precaria embarcación para sortear las oleadas de varios metros de altura.
Con la llegada de la tarde el compromiso estaba en otro punto, estaba a 40 kilómetros del centro neurálgico de las operaciones. Para poder ingresar Arnaldo se hizo pasar por agente de inteligencia. A esa hora ya estaba jugado. Todo era por la historia. Era una ficción real que vivía. La fábula no terminaba y ya había ganado el aire. La farsa de agente de inteligencia salió perfecta. Hasta los más avisados no podían chequear ni confirmar los datos que aportó el periodista.
Ya a 300 metros de altura preguntaron las órdenes y contraordenes. Aquellos valientes y descarados las dieron. Justo en la tecla. Y surcó cielo paraguayo y argentino. Tejió al límite aéreo internacional como quien rompe barreras de papel. No significaba nada. El sol bajó. Y de ser hermano pasó a ser una bicoca, ya no era peligroso.
Luego de las bastas tomas fotográficas no encontró a nadie. Si pedían que se busque a él no se iba a encontrar. El compañero dijo: “genial tenemos lo que pretendíamos vayámonos”. Con prisa solicitamos el descenso y como el club atlético Yupanqui bajaron hasta la última de las categorías. A tierra.La búsqueda continuó. De Lucas y de Fernando nada más se supo. Y repentinamente la vorágine del trabajo en los medios hizo que la gente común se olvide de ellos. Solo quedó el dolor de los familiares. Y las fotos de aquella incursión en busca del descubrimiento de la historia.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal